No hay obsesión post mortem

Escribo esta carta mientras mis pulmones dejan poco a poco de funcionar, amada mía. De antemano te aseguro que ésta será la última muestra de afecto que brotará de mi alma...

No era mi intención agobiarte con tanto amor, lo juro.

Tus ojos verdes como el pasto por el cual solía correr de niño me hicieron rememorar los buenos tiempos donde todo era fácil, donde no existía un "no", donde la vida era un juego.

Mientras veía tu pecho moverse al son de tu respiración mi imaginación volaba, pensando en esos frutos como duraznos dulces, que no merezco. 

Aunque sólo una vez osé a acercar mi mano a la tuya, puedo asegurar que no sentí nunca una seda tan suave como tu rosada piel.

Y ningún ruiseñor cantó nunca tan armónicamente como tu lo hacías. Cantaste y yo pensé que era para mi, solo para mi.

No pude evitar enamorarme, lo siento. Lo siento porque te tocó lo más difícil que existe: escoger entre dos tesoros; y al escoger, inevitablemente uno de ellos se convierte en carbón.

Hoy me tocó el fuego del rechazo a mi; hoy me tocó  quemarme hasta ser carbón a mi.

Tal vez la inocencia infantil encierra en sí la sabiduría: la vida sí era un juego y yo perdí...

 Imagen: "The Death of Marat" de Jacques Louis David