
No queda ni una borona de lo que sentimos.
Las hormigas del olvido se las comieron, así como se comieron nuestras ilusiones. ¡Y cómo lo disfrutaron!
Porque no son hormigas normales, de esas que anhelan lo dulce y la miel... no.
Son hormigas que saborean cada salada lágrima que brota de nuestros ojos. Para ellas la sal es sabrosa y el sabor amargo es exquisito.
Llenaron sus panzotas con la sozobra de lo que tratábamos de salvar, y no se pudo.
Se emborracharon con la hiel de la creciente indeferencia y devoraron con ganas cada pedazo de tristeza.
Lo que no sabían, oh pobres hormigas adoradoras de lo amargo, es que comían veneno.
Y morirán, pronto, como murió lo nuestro.
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